Graffiti carcelario

Si graffiti es toda inscripción o pintura realizada en los muros u otras superficies de la ciudad no destinadas a ello, no por ser una acción ilegítima dejará de reconocerse una manifestación cultural más en el contexto de democracia y mercado que vivimos, con el aura de respetabilidad correspondiente. Incluido el canal comercial que bajo rótulos como «tribus urbanas» genera toda una importante mercadotecnia de ropa, música, arte, revistas…

Pero hay otro graffiti cuyo origen no hay que ir a buscarlo al movimiento hip hop de los barrios marginales neoyorquinos de hace tres décadas. A los que tenemos cierta edad nos resultará fácil recordar aquellos graffitis de protesta en los muros grises del «tardofranquismo» y la Transición que funcionaban únicamente como «grito» político, sin finalidad autoexpresiva alguna y, mucho menos, artística. Entonces lo llamábamos «pintadas».

También hay un graffiti testimonial realizado contra el silencio impuesto por la institución carcelaria. De este graffiti en cautividad es del que se ocupa Lelia Gándara en el capítulo «Voces en cautiverio, un estudio discursivo del graffiti carcelario», del libro Letras bajo sospecha editado por Trea en su prestigiosa colección Biblioteconomía y Administración Cultural.

Un libro que se propone, a decir de sus coordinadores Antonio Castillo Gómez y Verónica Sierra Blas, «recuperar la voz de los denominados excluidos de la historia, de todas aquellas personas anónimas que por los más diversos motivos formaron parte de los márgenes de la sociedad en la que vivieron».
El capítulo de Lelia Gándara —el número diez de diecinueve escritos por diferentes autores— de este recomendable libro está basado en un recorrido fotográfico por un penal «de la ciudad de Buenos Aires, después de su desocupación en 2001, previa a su demolición», cuya construcción data de 1898. «El corpus del trabajo lo conforman las imágenes de los escritos en diferentes superficies de la edificación: techos, muebles, paredes, puertas, azulejos, pisos, etcétera», nos explica la autora.

Nada que ver con los graffitis que vemos cotidianamente. Los que se citan y muestran en este capítulo del libro Letras bajo sospecha carecen de la vistosidad, destreza y hermetismo de los callejeros de nuestras ciudades, los graffitis que podemos ver en libertad y con cuyas imágenes se hacen libros, revistas, se cuelgan en Internet para consumo de sus adeptos, o para interés de artistas, diseñadores y gente curiosa de eso que se denomina cultura visual.

En las paredes de la cárcel de Buenos Aires que estudió Lelia Gándara no hay graffitis realizados con aerosoles o pinturas como las que muestra la imagen que se reproduce sobre estas líneas, prevalecen las inscripciones «realizadas por esgrafiado (raspando la pared)», destacando «la omnipresencia del trabajo de horadación de las paredes alternando con las inscripciones» (pág. 241), como «una búsqueda simbólica de atravesar la barrera que separa el ámbito carcelario del mundo exterior: la pared» (pág. 243).

Por eso a través de los textos se busca insistentemente la libertad ausente:

«Aviso cuando veas a un preso durmiendo no lo despiertes puede estar soñando con su libertad…» (pág. 242)

También se escriben mensajes destinados a personas que están fuera de prisión y no podrán verlos nunca.

«Feliz día mamá. Tu hijo que te ama» (pág. 245)

O esgrafiados laboriosos, a modo de «castigo auto-infligido que sustenta la petición de piedad», «una puesta en escena del sufrimiento y la expiación» (pág. 247), según la autora, como el que ella denomina La plegaria:

«Dios mio ayudame
soy tu hijo
tengo señora con ella quiero
tener mis hijos si alguna vez
los tengo sanos
mi mama me ama con todo su
amor de madre y yo la re amo
señor mi dios tuve suerte y como
mi suerte se convirtio en
desgracia
te pido mi dios que me des
otra oportunidad
[hay un dibujo de una cruz]
por tu cruz
por tu misericordia
Amen»
(pág. 246)

Los hay reivindicativos de su condición:

«Robar es un plaser que solo un gran ladron lo save» [sic] (pág. 249)

Y los que muestran «una ubicación paradójica», como el que sirve para despedir esta entrada:

«Llegue aqui desde ninguna parte y estoy llendo directo allí» [sic] (pág. 251)

7 Replies to “Graffiti carcelario”

  1. eeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeessssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssssttttttttttttttttttttttttttttttttttttttttttttttttttttttttttttttttttttaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaapppppppppppppppppppppppppeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeeerrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrrooooooooooooooooooooooooooonnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnnn

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