
«[…] En este libro, recogemos una muestra de los autores pertenecientes a la Asociación de Escritores de Asturias que con sus creaciones han querido sumarse al reconocimiento de la figura literaria que supone Ángel González. Sin duda, algunos de los escritores que aparecen en estas páginas han elegido sus textos debido a la influencia que el autor asturiano desplegó sobre ellos. Además, hemos querido iniciar la selección con las aportaciones del grupo Luna de Abajo que tanto tuvo que ver en el conocimiento público del poeta. […]
[…] Desde la evocación de la persona hasta la inevitable inspiración que produce la lectura de sus poemas, pasando por la sencilla, directa y propia manifestación literaria, las palabras se ordenan en cada página como por embrujo, para acabar dejando la impresión de ser, sencillamente, palabras con Ángel.» [Del texto de presentación de Alejandra Sirvent]
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«Toda evocación del pasado es una fabulación, una ordenación interesada de los diversos materiales que se han ido sedimentando en las orillas del largo y, en la mayoría de los casos, sinuoso río de la experiencia. Cuando hablo de Ángel me asalta la impresión de que confundo el día de ayer con el del año pasado, que, además, es muy parecido al día de hoy (como puede comprobarse fácilmente). Los recuerdos de Ángel se me mezclan con los días sin Ángel, en una proporción confusa para la memoria. A veces tengo la sensación de estar viviendo unas copas por el Oviedo antiguo en su cálida compañía y de demorarme con él, sin prisa alguna en nuestros relojes, por la calle San Francisco, hasta que se apagan las últimas farolas, lo que solemos hacer con bastante frecuencia. Luego, a la hora de la despedida, me doy cuenta de mi error, de que tan sólo estaba transitando por un libro suyo, mientras —eso sí— se apagaban las últimas farolas por las calles de La Felguera. Ésta es una de las magias de la literatura, también uno de sus sobresaltos. Y es que Ángel siempre se me escapa por las esquinas del calendario, hasta que por el callejón de cualquier mes vuelve a aparecer con su sonrisa radiante y su voz de buen amigo.

Ángel González es un poeta lógico, por eso resulta tan ilógico —mejor dicho, tan peligroso— para la lógica convencional, convirtiéndose en un verdadero azote para los crédulos, a los que en más de una ocasión ha conseguido escandalizar. En el libro 50 años de periodismo a ratos y otras prosas podemos encontrar abundantes ejemplos de este Ángel lógico. En un viaje a Utah, paraíso de los mormones, se encuentra en el aeropuerto con uno de los representantes de esta Iglesia, en misión evangelizadora: «[…] al que ahuyenté» —nos dice en su artículo— «encendiendo un cigarrillo y preguntándole por el bar (es bien sabido que para los mormones, los enemigos del alma son dos: el tabaco y el alcohol; así como para alejar a los vampiros no hay nada mejor que un diente de ajo, para mantener a distancia a los misioneros mormones la simple mención de un vaso de whisky es muchas veces igualmente eficaz)». Mas adelante, en otro capítulo de este libro, desea ver el retrato de William Blake en la abadía de Westminster, pero los oficios vespertinos iban a comenzar y, por lo tanto, los curiosos tenían que abandonar la abadía. Ángel se resiste a salir de aquel espacio sin haber cumplido su objetivo, por lo que finge una piedad anglicana que conmueve al edecán. En medio de las liturgias, tan depuradas, y de las voces de los niños cantores, el autor de Palabra sobre palabra llega a la siguiente conclusión: «Ahora comprendo que por los caminos de la estética se llega a muchas partes; Juan Ramón Jiménez decía que a la ética, yo pienso que incluso al error. Es tan bella la liturgia en la abadía de Westminster que, por unos instantes, dudo. Al final, todos acaban rezando por la reina, y la incredulidad vuelve a instalarse con firmeza en mi corazón».

Muchas veces he hablado sobre la línea de continuidad que existe —en mi opinión— entre el personaje que habita los poemas de Ángel González y el propio autor, trazada por un evidente nexo autográfico (por utilizar la expresión afortunada de Carlos Barral). Al igual que en sus poemas, con Ángel González puede suceder cualquier cosa, ya que lleva su herramienta —o su magia— lógica hasta los lugares más insospechados, que son aquellos por los que más le gusta transitar. La noche con Ángel se transforma casi siempre en un enigma que hay que saber descifrar con el misterioso capote de los sentimientos y de las ideas. Sólo entonces se podrá salir de ella, más o menos indemne, por la puerta ancha del alba. […]» [Del texto de Ricardo Labra en el libro]

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Palabras con Ángel
• Edita: Asociación de Escritores de Asturias
• 11,5 x 18 cm
• 84 pp.
• 500 ejemplares
• Edición no venal
Puede verse completo en Issuu